martes, 17 de diciembre de 2013

La única máquina de habitar.

La única máquina de habitar. Jonh Berger

«Era día de mercado en la ciudad vecina, cuando leí los titulares anunciando la muerte de Le Corbusier. En esa ciudad francesa, polvorienta, provinciana y completamente comercial, no había ningún edificio que señalase la influencia de su obra, pero me parecía que la ciudad era consciente de su muerte. Quizás sólo porque, para mí, esa ciudad era la extensión de mi propio corazón. Pero los impulsos de mi corazón podían no estar solos; había los de otra gente, leyendo el periódico local en la mesa del café, quienes, con la ayuda de Le Corbusier, también habían entrevisto el ideal de una ciudad construida a la medida del hombre. Mientras vivió, siempre parecía haber una esperanza para que cualquier ciudad pudiera ser transformada a mejor. Paradójicamente, esa esperanza surgía de su máxima improbabilidad. Le Corbusier, que fue el arquitecto más práctico, democrático y visionario de nuestro tiempo, había tenido escasas oportunidades de construir en Europa. Los pocos edificios que puso en pie fueron todos ellos prototipos de series que nunca serían construidas. Él fue la alternativa para toda la arquitectura que hay a nuestro alrededor. La alternativa sigue, claro está. Pero parece menos apremiante. Su insistencia ha muerto.»

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