Me sorprendió la dureza y amargura de su tono.
-¿ Por qué dice eso, Fermín?Mi amigo se encogió de hombros. Al poco llegaron los dos flanes, balanceándose tentadores con dos guindas relucientes en la cima.
-Le recuerdo que dentro de unas semanas se casa usted y, entonces, se le habrán acabado las margaritas- bromeé.
-Pobre de mí-dijo Fermín-. Si soy todo boquilla. Ya no soy el de antes.
-Ninguno somos el de antes.
Fermín degustó su par de flanes con fruición.
-No sé ahora dónde leí una vez que en el fondo nunca hemos sido el de antes, que sólo recordamos lo que nunca sucedió...-dijo Fermín.
-Es el principio de una novela de Julián Carax- repuse.
-Es verdad. ¿Por dónde andará el amigo Carax? ¿No se lo pregunta usted nunca¿
-Todos los días.
Fermín sonrió recordando nuestras aventuras de otros tiempos. Me señaló entonces el pecho con el dedo, adoptando un gesto inquisitivo.
-¿Aún le duele?
Me desabroché un par de botones de la camisa y le mostré la cicatriz que la bala del inspector Fumero había dejado al atravesarme el pecho aquel lejano día en las ruinas de El Ángel de Bruma.
-A ratos.
-Las cicatrices nunca se van, ¿Verdad?
[...]
Carlos Ruiz Zafón. El prisionero del cielo.
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